miércoles, 25 de diciembre de 2013

EL PRECIO DE LA TARIFA ELÉCTRICA

Durante los últimos días del año, el tema estrella en todos los foros está siendo el incremento de precio de la tarifa eléctrica. Al hilo de la noticia, se me ocurre una breve reflexión sobre la conveniencia o no, de la intervención del Estado como agente regulador y de la idoneidad del mecanismo establecido para fijar el precio de la energía eléctrica.

Para entender la situación, hemos de remontarnos a 1997, fecha en la que se liberalizó el sistema eléctrico español, aunque las tarifas reguladas no desaparecieron hasta 2009. Hemos de explicar que el recibo que pagamos costa de dos conceptos, el 56% son costes regulados, aquellos que se consideran necesarios para suministrar energía y son fijados por el gobierno y el 44% restante corresponde a la parte liberalizada y son los costes de producción de energía.

Los costes regulados (56%) incluyen el denominado peaje eléctrico, cuyo importe .corresponde al coste del transporte de la energía desde los generadores hasta nuestras viviendas, así como distintas primas como las de fomento de energías renovables, subvenciones al suministro eléctrico a las islas, Ceuta y Melilla, etc. Este precio es regulado por el gobierno que ha establecido una subida del 2%, nunca puede superar por ley al IPC.

La parte liberalizada (44%), no controlada por el gobierno, se fija mediante subastas de electricidad, que se inician a precios elevados que van descendiendo hasta que los ofertantes, las empresas generadoras de energía se retiran al considerar que no pueden ofrecer un precio mas bajo.

Establecido de esta forma el precio que los consumidores hemos de pagar, este debería cubrir todos los costes del sistema; pero esto no es tan sencillo, desde 2002 se han ido generando pérdidas, es el llamado deficit de tarifa, se trata ni mas ni menos que de una deuda reconocida de los consumidores con las empresas eléctricas que ha de devolverse en un plazo de 15 años. Esta deuda se coloca en el mercado de deuda en forma de bonos, igual que se hace con la deuda del Estado o la de las empresas. Así, con el aval del Estado, las eléctricas van recuperando lo que las normas han establecido que se les debe. El problema es que se coloca ofreciendo una rentabilidad al inversor que compra los títulos, y ese interés se convierte en un coste que pasa a engrosar el mismo déficit, para paliarlo el gobierno ha adoptado diversas medidas, entre ellas la aportación de 3.100 millones de euros; pero en diciembre dió marcha atrás a esta decisión.

La situación no parece muy alagüeña, pero lo peor estaba por llegar, en la última subasta eléctrica, el precio alcanzado ha sufrido un incremento del 25,6%, ya que los ofertantes se retiraron en masa, con la repercusión que ello tiene para los consumidores. Tan alto ha sido el incremento que la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia han invalidado la subasta ante “la concurrencia de circunstancias atípicas en el desarrollo de la misma”.

Así las cosas, el debate está servido. La legislación vigente sobre fijación de precios eléctricos que en su día se promulgó para resolver la situación del momento, ha resultado inoperante, creándose una enorme burbuja que urge desinflar, para ello el gobierno anuncia un nuevo decreto para principios de año, que establezca un sistema más transparente y competitivo para el establecimiento de un precio de forma objetiva.

Tarea que se presume ardua y dificil para el ejecutivo y que me lleva a la reflexión que dió inicio a esta entrada y que no es otra que el eterno dilema: ¿Es conveniente la intervención de los gobiernos en las economías?
¿Sigue vigente el debate Keynes vs Hayek?.

Dificil de contestar, pero tan simple como cuestionarse si es lícito dejar a los consumidores en la actual situación de crisis a merced de las especulaciones de los mercados, solo interesados por sus beneficios o que los gobiernos como garantes de unos niveles mínimos de asistencia a sus ciudadanos establezcan mecanismos de intervención, aún a costa del incremento del gasto público.

Finalmente solo nos queda encomendar nuestra alma al altísimo y confiar en que nuestros gobernantes atinen en establecer unas reglas de juego que por un lado contenten la voracidad de la empresas eléctricas y por otro, impidan que como siempre, los consumidores seamos los últimos paganinis de cada burbuja económica que aparezca, llámese inmoviliaria, financiera, o de cualquier tipo.

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